domingo, 11 de julho de 2010

Sed misericordiosos (Lc 10,25-37)

Semana XIV del Tiempo Ordinario - 11 de julio de 2010

“¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?”. Esta es la pregunta que le hace a Jesús un especialista en la ley judía, “para ponerlo a prueba”. Tanto en la pregunta como en la respuesta se supone que el concepto de “vida eterna” es conocido.

Una herencia es un bien que recibe quien ha sido acreditado por medio de un testamento. En este caso, el Bien que se anhela recibir en herencia es la “vida eterna”. Como es claro, sólo Dios puede legar este Bien infinito, pues sólo Él es eterno. Se trata entonces de recibir en herencia la misma vida de Dios, es decir, el mayor don al cual puede un ser humano aspirar. Y Dios ha hecho testamento. Ese testamento es el conjunto de “la ley y los profetas”. Esto lo sabía hasta un niño en Israel. ¿Cómo se explica, entonces, que el legista quiera “poner a prueba” a Jesús con una pregunta tan fácil? ¿Qué es lo que espera que responda?

Para entender la pregunta del legista y en qué consiste la prueba que pone a Jesús es necesario leer la frase de Jesús que antecede: “¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron” (Lc 10,23-24). Si Jesús afirma que los profetas y reyes anhelaban ver y oír algo más, significa que lo visto y oído por ellos no bastaba; que la ley y los profetas no bastan para heredar la vida eterna. Por eso el legista pregunta qué más hay que hacer. Su pregunta es una “prueba”, porque se esperaba que Jesús respondiera restando valor a la ley.

Pero Jesús responde reafirmando la ley: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?”. Y cuando el legista responde citando el precepto tradicional del amor a Dios y al prójimo, Jesús aprueba: “Bien has respondido. Haz eso y vivirás”.

El legista “queriendo justificarse” –por haber preguntado algo tan obvio- pone otra pregunta: “¿Quién es mi prójimo?”. Y aquí, en la respuesta de Jesús, aparece toda la novedad del Evangelio. Jesús responde con la parábola del buen samaritano, y ésta concluye con la pregunta: “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?”. El sacerdote judío y el levita actuaron conforme a la ley, que exigía de todo el que participaba en el culto mantenerse alejado del contacto con un muerto. Para entrar en contacto con Dios se entendía que había que tener esta pureza externa. Mantuvieron la pureza externa, pero no tuvieron compasión. El legista se ve obligado a reconocerlo y responde: “El que practicó la misericordia con él”. Esto es lo que hay que hacer para heredar la vida eterna. Jesús lo dice dando la respuesta final: “Vete y haz tú lo mismo”.

Según el Evangelio, para entrar en contacto con Dios, es decir, para poseer su misma vida divina, no hay que alejarse de la miseria humana; al contrario, hay que acercarse a la miseria humana para practicar la misericordia. Esta es la novedad de Cristo, esto es lo que los profetas y reyes anhelaban ver. El camino de Cristo consistió en despojarse de su condición divina y asumir nuestra miseria. Este debe ser nuestro camino: compadecernos de la miseria humana y socorrerla.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Los Angeles (Chile)

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